martes, 2 de octubre de 2012

Gostis (VII): En San Petersburgo

Querido Sepp:

Como era de esperar, el viaje a San Petersburgo ha dado bastante de sí. No sé si debo avergonzarme o no, pero lo cierto es que yo iba con ganas de realizar alguna actividad cultural. Además de nosotros cinco, nos acompañaba mi novia, la de la cena en la que esta gente se quitó los pantalones, y su amigo Adolphe, un francés con conocimientos básicos de español. Sin embargo, con los profundos conocimientos de inglés de Manolo (sobre todo), Spassky y un Kúkoch que, incomprensiblemente, sólo tiene acento valenciano cuando farfulla inglés, no hubo el menor problema de comunicación: Adolphe tuvo que mejorar su español a marchas forzadas.

El día de la partida trataron de ir a ver la momia de Lenin, pero sólo fue para encontrarse con que los viernes cerraban el chiringuito, así que tuvieron que dejarlo para otra ocasión más propicia. Luego ya nos dirigimos a la estación de tren, encontramos el nuestro, dejé a estos chicos en su vagón y yo me fui al mío, porque, debido a un malentendido, no pude comprar los billetes al mismo tiempo que ellos y, cuando fui a hacerlo, ya no quedaba sitio en su vagón. Supongo que debió correr la voz de que estos cuatro insignes viajeros se desplazarían a San Petersburgo en dicho tren, y los billetes se vendieron rápidamente, todo con tal de contemplar el espectáculo.

Los muy cabrones dicen que durmieron fatal, pero lo cierto es que los malditos sólo se despertaron con el tren ya parado en destino, y bajaron los últimos del vagón y con las legañas colgándoles de los ojos, y eso que el revisor del vagón les había estado golpeando a la vuelta desde media hora antes.

- Yo ya lo había oído, pero no hacía mucho caso - decía Kúkoch.

Llegamos al albergue, que sólo estaba a dos paradas de metro, y nos aposentamos más o menos. Mi habitación estaba aceptablemente bien. La compartía con Adolphe y Tortajada y las camas eran sólidas. En cambio, peor suerte corrieron Kúkoch, Spassky y Manolo, a quienes tocaron unos somieres que te "abrazaban" en cuanto te tirabas sobre ellos. El intento de cambiar de habitación no tuvo resultado, y es que estos son unas nenas, se quejan de todo.

La mañana se pasó de paseo por la orilla del río, hacia la fortaleza de San Pedro y San Pablo. Vimos la tumba del último zar, al que enterraron hace un par de semanas, y también las mazmorras donde penaban los revolucionarios, y el museo histórico. Y luego salimos de allí y, por la playa del río, y después de comer un bocado, llegamos hasta la plaza del Palacio, frente al Hermitage, que posiblemente sea el museo más importante del mundo. Tras un rato un poco tonto, Adolphe, Kúkoch y Spassky (y mi novia) se metieron a verlo, aunque poco podrían ver en las menos de dos horas que pasarían finalmente allí; en tanto que yo, que ya he estado seis veces en el Hermitage y ya está bien, me fui a la Kunstkamera con Manolo y Tortajada. La Kunstkamera es el museo etnográfico de Rusia, y también alberga la colección de Pedro I de curiosidades y bichos raros, incluyendo una especie de museo de los horrores, con fetos con dos cabezas, tipos deformes, ovejas bicéfalas y todo tipo de malformidades. Contra todo pronóstico, Manolo no fue retenido en el museo ni incluido en la colección del mismo, y así nos reunimos todos poco después en la columna de Alejandro I, en la plaza del Palacio.

Después de un rato de callejeo por la avenida Nevsky, terminamos en un tugurio de una bocacalle bebiendo cerveza. Cuando cerraron el bar, seguimos ante la puerta con una mezcla de vodka con naranja y, al terminar, bueno, aquello había que verlo. Esta gente no sabe beber. No sabe beber seis cervezas de medio litro cada uno y tres litros de vodka con naranja entre seis. Así, España nunca saldrá adelante. Pero nos dimos cuenta de que Tortajada sólo habla inglés cuando está borracho ("I believe in Chiquito! No puedo, no puedo...") y que, en estos casos, el que los controla es ¡Spassky!, lo que me faltaba por ver. De momento, el intento de entrar en un club en la avenida Nevsky falló, porque 20 dólares de entrada frenan a cualquiera, a pesar de que la promesa de sexo fácil en el interior (pero pagando, ¿eh?) les hizo dudar más que en otras ocasiones.

Hay una peculiaridad de San Petersburgo, ciudad construida sobre unas cincuenta islas, y es que a las dos de la mañana levantan los puentes que las unen para permitir el paso del tráfico fluvial. Claro, el resultado es que, si vives en otra isla (como nosotros...), te quedas colgado hasta que vuelvan a bajar los puentes, a eso de las cuatro y media. Yo insistí bastante sobre este punto, pero nadie me escuchaba y, finalmente, me volví hacia el albergue a eso de la una, para evitar problemas.

Hice mal, creo, porque me perdí algunos sucesos estelares. Poco antes de que me separara de ellos entablaron conversación con dos nativas, que les llevaron a una discoteca en pleno canal Griboyédov, que es una de las zonas con más marcha de la ciudad. La entrada no es gratis, pero ellos la esquivaron enseñando los pasaportes, y les dejaron pasar. Luego Manolo se puso a bailar con una rusa, y esta parecía corresponder, pero entonces apareció el novio de la rusa con un colega. Spassky se puso a salvar a Manolo del desastre, cosa que no me creería si no la hubieran corroborado todos. Mientras tanto, Tortajada no encontraba una de las fichas del guardarropa, y quería sacar una cazadora. Como sin ficha no se la daban, pidió hablar con el jefe del encargado; llegó el dueño, y tampoco se la daba, así que pidió hablar con el jefe del dueño. Por desgracia, el dueño no tenía jefe. Al final, consiguió sacarla, y al día siguiente encontró la ficha del guardarropía en su bolsillo trasero. Es posible que esta noche vuelvan a la discoteca, a ver si con la ficha se llevan una prenda gratis.

El caso es que cayeron en la trampa, porque al salir todos los puentes estaban levantados, y nadie quiso conducirles hasta la estación de Finlandia, que era donde estaba el albergue. Una disciplinada marcha de dos horas bajo la luz de la luna les llevó hasta allí. Claro, a las dos horas ya habían bajado los puentes y pudieron pasar andando, pero si se hubieran quedado quietecitos dos horas, en lugar de caminar sin ton ni son, se hubiera alcanzado el mismo resultado.

Ayer, domingo, les costó un poco levantarse. Yo tenía pensado, dentro de mi programa cultural, ir a Tsárskoie Seló, cerca de la ciudad, para ver el palacio Yekaterinsky, que aún no había visto. Tortajada, repuesto más o menos de su hazaña de la víspera, se metió todo el día en el Hermitage. Momento destacado de la mañana fue la degustación del desayuno, cosa que me terminó de demostrar que estos chicos son unas nenas: dos salchichas hervidas, un té mísero (¡gratis!), y estos no son capaces de terminarlo, vivir para ver. Es más, ni siquiera vieron la cucaracha que correteaba por la cocina, y aún así ni tocaron el desayuno. Gentuza, en suma. Unas nenas.

Spassky, Kúkoch y Manolo dijeron que vendrían a Tsárskoie Seló, me quedé esperándoles mientras se recuperaban y al final se rajaron. Total, que se quedaron vegetando por la ciudad, mientras a la excursión fuimos mi novia, Adolphe y yo.

A la vuelta, comimos algo, nos reunimos junto a la columna de Alejandro I y dimos algún paseo por la estatua de Pedro I, la catedral de San Isaac y, finalmente, dimos un instructivo paseo en barca por los canales de San Petersburgo. Digo instructivo porque había una guía que nos explicaba por dónde pasábamos y qué edificios eran aquellos, pero me temo que mis compañeros no entendieron ni jota y, si algo entendieron, maldito si les interesó.

Y a la salida del crucero nos volvimos los que trabajamos en Moscú, y estos chicos se han quedado en San Petersburgo un día más. La ciudad ha sobrevivido a guerras, bloqueos nazis, inundaciones, y hasta un par de revoluciones, así que podemos esperar que el paso de estos cuatro monstruos no termine con ella definitivamente.


También en esta ocasión tengo un pequeño índice de frases significativas sobre la estancia de estos chicos por tierras rusas.

"Así que coméis espaguetis todos los días ¿Y a qué restaurante vais?" (Miguel, un tipo un pelín pijo que trabaja en el Consulado)
"Hay que aprovechar esos helados a cincuenta pesetas" (Kúkoch, después de comprar el tercer helado consecutivo)
"Eso es el Hermitage" (Yo, señalando hacia el famoso museo) "¡Ah! ¿Es ahí donde hacen esos bocadillos que decías?" (Spassky)
"Si yo, que todo el mundo dice que soy un maricón, aguanto, todo el mundo aguanta ¡Dureza!" (Manolo, en un momento de relajo de los demás)
"Voy a ver los helados, o los pastelitos... o cualquier cosa" (Spassky, después de comerse un bocadillo de medio metro, y todavía con hambre)
"¡Ah, era eso! Yo pensaba que señalabas a una mujer" (Manolo, que no oyó muy bien mis explicaciones sobre la Catedral de San Pedro y San Pablo)
"Yo antes de conocer a Spassky era un desgraciado" (Pepe, a mi novia, ya con un litro de cerveza entre pecho y espalda)
"I believe in Chiquito! No puedo, no puedo..." (Tortajada) "¡Yupi!"
"Ya no podemos pedir nada, van a cerrar el bar" (Adolphe, resignado) "Pero, ¿podemos consumir?" (Manolo, pensando en el litrico de vodka que había comprado por la calle)
"Yo no hablo, yo follo" (Tortajada, totalmente borracho, negociando el precio de entrada en el club de alterne en la avenida Nevsky)
"Y quiero hablar con tu jefe" (Tortajada, al dueño de la discoteca donde estaban teniendo una trifulca)

(...)

"¡Tengo un dolor de cabeza! Parece que tenga tres o cuatro cabezas..." (Kúkoch)
"Ah, pero, ¿enseñamos los pasaportes al entrar?" (Tortajada)
"Sí, y tú querías dárselos" (Spassky)
"Cuando tienes resaca, te bebes hasta el agua de los floreros" (Tortajada)
"Oye, si te deportan, ¿quién paga el avión?" (Spassky)
"Este minuto y medio he estado orgulloso de ti" (Spassky, a Manolo, que había dicho algo razonable) "Incluso ha seguido el régimen" (Kúkoch, recordando que hacía minuto y medio que Manolo no comía ningún helado).

Esto es todo de momento. Estos chicos siguen por allí, así que se puede esperar cualquier cosa, incluso que no puedan tomar el tren esta noche a Moscú. Pero no, no caerá esa breva.

Alfor von Buchweizen

2 comentarios:

javier dijo...

¡salchichas hervidas con té! A ese bendito desayuno le faltaba su cucharón carcelario de kasha.

Alfor dijo...

Javier, yo ya la reclamé, ya, pero en ese hostal eran totalmente inflexibles.